viernes, 11 de febrero de 2011

Bienvenidos a Eufemia

Propongo cambiar el nombre de nuestro país. La propuesta en sí misma carece de originalidad. Pero el nombre sugerido tal vez no. El nombre de nuestra patria bien podría ser República de Eufemia.
Intuyo que el fenómeno no debe ser estrictamente local, pero yo vivo acá, no en Singapur ni en Groenlandia. Lo cierto es que, desde hace ya varios años, noto que hay una propensión a que el lenguaje vulgar sea ganado -o más bien perdido- por el abuso de los eufemismos. En eso tienen una inexcusable responsabilidad los comunicadores sociales.
Un eufemismo es, de acuerdo a la Real Academia de la Lengua Española, una “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. El problema radica en que nuestro pago, esa manifestación suave o decorosa se utiliza para suavizar o decorar conceptos, ideas, que son claras y distintas en sí. O sea, para decir las cosas de otra manera que terminan desnaturalizándolas en algún punto. Veamos: ¿por qué negarle a un ciego su entidad? “No vidente” constituye una suerte de antieufemismo denigrante, que le roba a una persona que carece del sentido de la vista de algo tan significativo e íntimo como su entidad, para transformarlo en un no-ente. Lo conceptualiza por lo negativo. Por lo que no es. Distinto sería el caso del hipoacúsico, ese es un eufemismo bien empleado, aunque no encuentro nada de malo en referirse a alguien que no escucha como “sordo”. ¿Como se habría sentido Borges si hubieran hecho referencia a su persona como “no vidente”? ¿Acaso Beethoven se habría sentido molesto porque lo llamaran sordo? No lo se. Evidentemente esos dos hombres fueron verdaderamente “personas con capacidades diferentes”. ¿El hacer referencia a una persona con alguna discapacidad como “persona con capacidades diferentes” no es un eufemismo estéril? Para mí sí lo es. Recuerdo un hombre sin brazos que en la tradicional calle Florida de Buenos Aires, confeccionaba con sus pies unas flores hechas con alambre e hilos de colores. ¡¡¡Esas son capacidades diferentes!!! Ni hablar de los comentarios de un querido amigo, quien me señaló una vez que andar en silla de ruedas no conllevaba ninguna capacidad diferente pero que un hombre con la habilidad de “autochuparse” sí era portador de un talento distinto.
Sin caer en lo chabacano, vuelvo al tema. Me molesta -y no digo “me hace ruido” porque a mí ruido me hace... ¡¡¡el ruido!!!- el uso de la expresión “políticamente correcto”. ¿Qué es lo “políticamente correcto”? Inaugurar una escuela es un hecho políticamente correcto. Decir la verdad constituye un discurso políticamente correcto. Más aún, explicarle a la comunidad que un político cuenta con un mandato relativo y no absoluto, que a veces no puede -ni debe- cumplir con una promesa electoral porque debe tomar decisiones en virtud de criterios de oportunidad que beneficien a la población independientemente de lo que ella perciba, eso es políticamente correcto. Pero acá no, alguien que le dice “pelotudo” a un pelotudo, es “políticamente incorrecto”. El que llama “corrupto” a alguien que lo es, es situado en el lugar de energúmeno. Ser políticamente correcto en Argentina, significa en los hechos convertirse en un hipócrita, eso sí: suave y decoroso.
Y así andamos por el mundo. Evitando llamar a las cosas, a los hechos y a las personas por su nombre. Un hecho de corrupción se transforma en un “retorno”. Un borracho potentado en un “beodo” o una “persona con dificultades con el alcohol”. Un evasor de impuestos es alguien que tiene “por socio que no aporta al Estado”. Un hombre, una mujer o un travesti sin talento alguno que se revuelca con cualquiera para obtener 15 segundos de fama se convierte por obra y gracia del eufemismo en “mediático”.
Está presente en esto el maniqueísmo pobreza versus riqueza. El eufemismo siempre se aplica al rico, al famoso, nunca al pobre, al anónimo. Cuando el pobre roba es un negro de mierda ladrón. Cuando el rico lo hace se transforma en alguien que tuvo que desviar fondos para solventar un agudo déficit.
En la política los eufemismos causan estragos. En Argentina no hay conservadores, hay “neoliberales”. No hay socialistas sino “progresistas”. Y en cuanto se les complica un poco explicar realmente qué son, se disfrazan de peronistas a ver si por lo menos ligan algún cargo.
Hasta la comida ya no es lo que era gracias a los eufemismos. Una ensalada de radicheta, lechuga y berro se ha transformado mediante los arcanos del eufemismo en “mezclum de hojas verdes”. Un pollo al champignon en “ave con setas de estación”. Llegará el momento -patético- en el que pediremos al mozo “carne magra rebozada en pan y especias con patatas bastón y prole de ave sofrita en materia grasa”, en vez de la vieja y querida milanesa con papas fritas a caballo.
Y la cosa puede seguir hasta el infinito.
Bienvenidos a Eufemia.
(Déjenme de joder).