martes, 13 de septiembre de 2011

God bless The Magnificent Seven!

Urgido por la necesidad de una medida autosatisfactiva, me dispuse a cocinar. Preparé espárragos con manteca y queso rallado como entrada y un medallón de salmón rosado con champignones saltados al vino blanco como plato principal. El resto del vino blanco, me lo fui incorporando, como corresponde. Mientras cocinaba, escuchaba una selección musical que comprendía, entre otros, a Radiohead, Coldplay y Beck.
Había surgido previamente la necesidad de seleccionar una película que acompañara la cena y que estuviera a la altura de las circunstancias. Recordé entonces que hacía un tiempo había bajado de internet un clásico del cine estadounidense que no había visto, "The Magnificent Seven" (Los Siete Magníficos).
Sabía que el filme, del año 1960 y dirigido por John Sturges estaba basado en el clásico japonés "Los siete samuráis", del legendario Akira Kurosawa. Pero no sabía -y fue lo primero que me sorprendió- la banda sonora, compuesta por Elmer Bernstein, que ha sido fundamento musical de numerosísimos westerns posteriores.
La segunda sorpresa fue la extraordinaria selección de actores que participan del filme. Sabía que el protagonista era el extraordinario Yul Brynner, actor de orígen ruso cuya voz verdadera escuché por primera vez, porque siempre lo había visto y oído en películas dobladas al castellano. ¡Qué voz! Decididamente es la voz que me hubiera gustado tener. De Yul Brynner siempre recordaré tres cosas. Una, es el malvado que interpretó en "El faro del fin del mundo", junto a Kirk Duglas (el papá de Michael), que era despreciable por su extrema crueldad. La segunda, que filmó en Argentina -sí, en Salta- la película Taras Bulba. La otra, que el día que murió producto de cáncer de pulmón -10 de octubre de 1985- estaba con mis padres en Río de Janeiro, ciudad que amo profundamente, vi los anuncios de su fallecimiento por televisión.
Lo que no sabía es que, junto a Yul Brynner, actuaban Steve McQueen (sí, el de Papillon), quién -pocos saben esto- iba a ser el intérprete original de First Blood (o sea, Rambo, que después encarnaría Sylvester Stallone). Para Steve McQueen fue creado el papel de "El guardaespaldas", que por motivo de su muerte se dejó en suspenso hasta que finalmente lo interpretó Kevin Costner.
Con ellos, actúan también Charles Bronson, quien años más tarde asolara a los criminales neoyorkinos en "El vengador anónimo"; James Coburn (otro actor con voz excepcional), quien encarnara a Flint, la única competencia que tuvo alguna vez 007 y al padre anciano, alcohólico y golpeador de Nick Nolte en Affliction, que le valió su único premio Oscar; Robert Vaughn, más conocido por su papel de Napoleón Solo en "El agente de C.I.P.O.L"; Brad Dexter, que entre otras cosas salvó a Frank Sinatra de morir ahogado y el alemán -menos conocido- Horst Buchholz.
Un capítulo aparte merece el villano, interpretado por el enorme actor Eli Wallach, quien compuso al recordado personaje de Tuco, el "feo" de "El bueno, el malo y el feo", donde compartió reparto nada menos que con Clint Eastwood y Lee Van Cleef, y también por su papel de Don Altobello, en "El Padrino III", un viejito muy malo.
Como curiosidad puede señalarse que, excepto Robert Vaughn, todo los actores que interpretaron a los buenos, ya murieron. Sin embargo, el malvado Calvera, el viejo Eli Wallach, está próximo a cumplir 96 años. Por suerte el celuloide hace que quienes actúan, en realidad, no mueran nunca.
Del argumento no voy a contar mucho. Voy a beneficiarte dejando que la veas.
Solamente quiero rescatar que en su mensaje, alguna vez los yankis aparecían como defensores de los mexicanos en vez de mostrarlos como una amenaza.
¡Qué película Los Siete Magníficos! Sencilla, concreta, eficaz por donde se la mire. Súper entretenida. Con acción, algo de romance y más humor que el que suponía. Especialmente a manos de Steve McQueen. Complemento ideal para esa comida que preparé. Un verdadero mimo para el alma.
Filmes como éste, hacen que dé mucha pena el contraste con el cine estadounidense actual, donde para encontrar algo apenas decente, hay que buscar demasiado.
God bless The Magnificent Seven!

viernes, 11 de febrero de 2011

Bienvenidos a Eufemia

Propongo cambiar el nombre de nuestro país. La propuesta en sí misma carece de originalidad. Pero el nombre sugerido tal vez no. El nombre de nuestra patria bien podría ser República de Eufemia.
Intuyo que el fenómeno no debe ser estrictamente local, pero yo vivo acá, no en Singapur ni en Groenlandia. Lo cierto es que, desde hace ya varios años, noto que hay una propensión a que el lenguaje vulgar sea ganado -o más bien perdido- por el abuso de los eufemismos. En eso tienen una inexcusable responsabilidad los comunicadores sociales.
Un eufemismo es, de acuerdo a la Real Academia de la Lengua Española, una “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”. El problema radica en que nuestro pago, esa manifestación suave o decorosa se utiliza para suavizar o decorar conceptos, ideas, que son claras y distintas en sí. O sea, para decir las cosas de otra manera que terminan desnaturalizándolas en algún punto. Veamos: ¿por qué negarle a un ciego su entidad? “No vidente” constituye una suerte de antieufemismo denigrante, que le roba a una persona que carece del sentido de la vista de algo tan significativo e íntimo como su entidad, para transformarlo en un no-ente. Lo conceptualiza por lo negativo. Por lo que no es. Distinto sería el caso del hipoacúsico, ese es un eufemismo bien empleado, aunque no encuentro nada de malo en referirse a alguien que no escucha como “sordo”. ¿Como se habría sentido Borges si hubieran hecho referencia a su persona como “no vidente”? ¿Acaso Beethoven se habría sentido molesto porque lo llamaran sordo? No lo se. Evidentemente esos dos hombres fueron verdaderamente “personas con capacidades diferentes”. ¿El hacer referencia a una persona con alguna discapacidad como “persona con capacidades diferentes” no es un eufemismo estéril? Para mí sí lo es. Recuerdo un hombre sin brazos que en la tradicional calle Florida de Buenos Aires, confeccionaba con sus pies unas flores hechas con alambre e hilos de colores. ¡¡¡Esas son capacidades diferentes!!! Ni hablar de los comentarios de un querido amigo, quien me señaló una vez que andar en silla de ruedas no conllevaba ninguna capacidad diferente pero que un hombre con la habilidad de “autochuparse” sí era portador de un talento distinto.
Sin caer en lo chabacano, vuelvo al tema. Me molesta -y no digo “me hace ruido” porque a mí ruido me hace... ¡¡¡el ruido!!!- el uso de la expresión “políticamente correcto”. ¿Qué es lo “políticamente correcto”? Inaugurar una escuela es un hecho políticamente correcto. Decir la verdad constituye un discurso políticamente correcto. Más aún, explicarle a la comunidad que un político cuenta con un mandato relativo y no absoluto, que a veces no puede -ni debe- cumplir con una promesa electoral porque debe tomar decisiones en virtud de criterios de oportunidad que beneficien a la población independientemente de lo que ella perciba, eso es políticamente correcto. Pero acá no, alguien que le dice “pelotudo” a un pelotudo, es “políticamente incorrecto”. El que llama “corrupto” a alguien que lo es, es situado en el lugar de energúmeno. Ser políticamente correcto en Argentina, significa en los hechos convertirse en un hipócrita, eso sí: suave y decoroso.
Y así andamos por el mundo. Evitando llamar a las cosas, a los hechos y a las personas por su nombre. Un hecho de corrupción se transforma en un “retorno”. Un borracho potentado en un “beodo” o una “persona con dificultades con el alcohol”. Un evasor de impuestos es alguien que tiene “por socio que no aporta al Estado”. Un hombre, una mujer o un travesti sin talento alguno que se revuelca con cualquiera para obtener 15 segundos de fama se convierte por obra y gracia del eufemismo en “mediático”.
Está presente en esto el maniqueísmo pobreza versus riqueza. El eufemismo siempre se aplica al rico, al famoso, nunca al pobre, al anónimo. Cuando el pobre roba es un negro de mierda ladrón. Cuando el rico lo hace se transforma en alguien que tuvo que desviar fondos para solventar un agudo déficit.
En la política los eufemismos causan estragos. En Argentina no hay conservadores, hay “neoliberales”. No hay socialistas sino “progresistas”. Y en cuanto se les complica un poco explicar realmente qué son, se disfrazan de peronistas a ver si por lo menos ligan algún cargo.
Hasta la comida ya no es lo que era gracias a los eufemismos. Una ensalada de radicheta, lechuga y berro se ha transformado mediante los arcanos del eufemismo en “mezclum de hojas verdes”. Un pollo al champignon en “ave con setas de estación”. Llegará el momento -patético- en el que pediremos al mozo “carne magra rebozada en pan y especias con patatas bastón y prole de ave sofrita en materia grasa”, en vez de la vieja y querida milanesa con papas fritas a caballo.
Y la cosa puede seguir hasta el infinito.
Bienvenidos a Eufemia.
(Déjenme de joder).